2. El Caso De La Descuartizada
Ciro Bianchi Ross
Las cosas iban de mal en peor. La ilusión que surgió, espontánea, una
noche en la academia de baile “Galatea”, se diluía en el fardo pesado
de la vida en común, y en él no quedaba ya más que la atracción casi
salvaje que lo mantenía atado a ella. A René Hidalgo seguía gustándole
Celia Margarita Mena. Por eso se endemoniaba con aquella sonrisa suya
al cruzarse con otros hombres, y con su andar cadencioso que la había
blanco de todas las miradas.
Hidalgo había querido ser médico, pero tuvo que abandonar los
estudios y encontró plaza en la Policía. Blanco, alto, de buena pinta.
Celia Margarita era una muchacha del campo que quiso probar suerte en
la capital. Mestiza, oriental, pizpireta, aunque ni entonces ni
después se escuchó decir que fuera infiel a René… una muchacha
obsesionada con poder usar los cosméticos de Mc Factor. Al parecer, no
sabía leer ni escribir, pues era René quien redactaba las cartas que
ella remitía a la familia distante. Nunca llegaron a contraer
matrimonio. Luego de residir en varios lugares, se instalaron en una
habitación de la azotea del edificio Larrea, en la Calzada de Monte,
669, entre Pila y Matadero. Un pequeño apartamento marcado con la
letras “D” en un inmueble donde el resto de las viviendas se
identificaba con números. Era como una premonición: “D” de
descuartizada. Allí se cometió el crimen.
El 19 de marzo de 1939 una noticia espeluznante ocupaba espacios en
la primera plana de todos los periódicos de la isla y se repetía con
insistencia en la radio: en el registro de la alcantarilla de la
Avenida Séptima esquina a 2, en Buenavista, Marianao, había aparecido,
cuidadosamente envuelta en un saco de yute, una pierna de mujer. Los
hallazgos macabros, con su inevitable envoltura, se sucedieron en el
transcurso de los días en el Diezmero, en Guanabacoa… La cabeza
aparecía en la letrina de una casa de la calle Dificultades en el
Surgidero de Batabanó. La encontraron unos muchachos que limpiaban el
pozo negro. La familia de la casa en cuestión, a la que Hidalgo
continuaba visitando, creyó reconocer a la muchacha en aquel cráneo, y
un odontólogo, cuando la foto apareció en la prensa, tuvo la misma
sospecha y la confirmó después de examinar la dentadura y confrontarla
con la hoja clínica que conservaba en sus archivos. Celia Margarita
Mena había sido su paciente.
Con esos elementos, Israel Castellanos, director del Gabinete
Nacional de Identificación, establecía definitivamente la identidad de
la victima y tiraba la línea que conducía a René Hidalgo.
Hidalgo fue el primer cubano sometido al detector de mentiras. Corría
el mes de febrero de 1940 y con él se estrenó ese aparato en Cuba. No
resultó difícil lograr su confesión. Se reconoció culpable, pero adujo
que no había querido matarla. Había llegado a su casa, no encontró en
ella a Celia Margarita e intuyó que se hallaba, como ya era habitual,
en un apartamento vecino. La hizo venir y de inmediato se inició una
de aquellas peleas tan frecuentes ya en la pareja. Hidalgo golpeó a
Celia, perdió ella el equilibrio y cayó al suelo. Hidalgo,
abandonándola a su suerte, salió de la casa. Regresó tiempo después y
encontró a la muchacha donde y como la había dejado. No sabía que
ella, al caer, se fracturó la base del cráneo. Intentó Hidalgo
incorporarla, no pudo; insistió, en vano, en hacerlo, y pensó que
estaba muerta. Sintió miedo. Una idea ocupó su mente ofuscada: haría
desaparecer el cadáver. Arrastró a Celia Margarita hasta el cuarto de
baño, la desnudó y la metió en a bañadera, y con una navaja de afeitar
le propinó un corte profundo en la parte superior de la rodilla. El
efecto de la cuchilla sobre los troncos nerviosos hizo que la muchacha
volverá en sí. No estaba muerta, pero no tardaría en estarlo pues
Hidalgo, enloquecido, le asestó un tajo mortal en el cuello. A partir
de ese instante el hombre vivió en un infierno. Siguió radicado en el
lugar del crimen. A amigos y vecinos decía que Celia Margarita estaba
en Oriente y a la familia seguía remitiéndole cartas en su nombre.
Los tribunales lo condenaron a 28 años de prisión que debía extinguir
en el Reclusorio Nacional para Varones de Isla de Pinos, el mal
llamado Presidio Modelo. Encerrado, contrajo matrimonio y fueron
naciendo sus hijos. No cumplió completa su condena. Lo indultaron a
mediados de los años 50. A comienzos de los 70 laboraba todavía como
fregador en la Terminal de Ómnibus de Santiago de las Vegas. Era un
hombre taciturno y esquivo, de grave y retraída presencia.
Ya en libertad, muchas veces se le vio pasar frente al edificio
Larrea, en la Calzada de Monte. Se detenía en el portal de la
mueblería La Fortuna y desde allí miraba el hueco de la empinada
escalera que conducía a lo que había sido su casa, la misma donde
privó de la vida a Celia Margarita Mena. Luego, continuaba su camino
cabizbajo, agobiado por la pena.