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9.   9 Enero  2023 ¿Cuál es la jugada que se traen con Guaidò? ¿Es acaso ese tipo la cochina?

Eligio Damas

Cuando pienso acerca de los hombres grandes, aquellos que me llenaron de satisfacción haberlos leído o leído y hasta oído hablar a otros de ellos, uno de esos, aparte del primero de todos que es Simón Bolívar, me viene siempre a la memoria Jean Paul Sartre.

           Y, escribiendo de memoria como me agrada y divierte, pues deja esto de ser como un trabajo y el trabajo es una vaina tan mala que por ella pagan, por supuesto salvo el de escribir, puedo decir que Sartre fue filósofo, dramaturgo y hasta narrador. Y en cada uno de esos asuntos fue trascendente.

          La memoria, a la que siempre acudo por la flojera de ponerme a consultar para dar detalles, lo que muchos hacen más que todo para impactar a sus lectores, siempre me resalta que tuvo tan buen gusto y exquisitez de vivir por años junto con Simone de Beauvoir, siempre me lleva al solo por oír nombrarle,  a recordar parte de su obra como “El ser y la nada”, “La náusea”, “La puta respetuosa” y sus trabajos sobre la dialéctica, aquella donde entre otras cosas, la llama “totalizadora y totalizante”, en concepto que se totaliza así mismo. Una frase y concepto que se me quedó grabado para toda la vida. Pues no he hallado mejor manera de decir lo mismo.

        Y lo recuerdo como, valiéndose de sus buenas relaciones con el mundo “socialista” de entonces, las comillas sirven para recordar o resaltar mis dudas, fue a la República Checa, específicamente a Praga y, a quienes allí gobernaban, les habló con contundencia del significado de Frank Kafka, nacido en ese espacio y convenció  del reconocimiento del cual era merecedor, pues se trataba de unos de los más grandes y novedosos narradores de la historia y no un tipo a ignorar, por ser judío, no entraba en el estilo de la narrativa del “realismo” estrafalario de literatura estatal, de escribir  literatura como quien narra los acontecimientos cotidianos y hasta como se vive en una cochinera y se crían los porcinos. Tampoco olvido, por esto mismo, aquella literatura o narrativa sin arte ni creatividad alguna de las revistas periódicas que llegaban de Moscú y uno, bobo o infantil, leía como con veneración.

        Les dijo, como “El Escarabajo”, “El Proceso” y “América”, estaban entre las más grandes obras de la literatura mundial y que influían sobre casi todos los escritores del mundo de aquel momento. Y los gobernantes hechos los idiotas, quizás actuando por esa misma forma de hacer las cosas, burócratas y como el carpintero que construye un escaparate, hicieron de la casa de aquel genial narrador un museo.

       Y nunca voy a olvidar algo que me impactó para toda la vida, por el ejemplo de solidaridad con quienes creía dignos de ella. Cuando le fue otorgado el premio Nobel de literatura, al cual tuvo derecho y casi sin competidores, lo rechazó por la causa de los combatientes venezolanos perseguidos y encarcelados por el gobierno de Betancourt. Gesto que alcanzó en mi mayor nobleza, dignidad y belleza, cuando, si mi memoria no me falla, al año siguiente, Pablo Neruda aceptó el premio de la Academia Sueca.

         Y pensando en ellos, que forman una lista grande en todos los campos de la vida humana, uno no deja de pensar, en lo que le es opuesto, porque es en uno como un atavismo, una persistente manía de comparar, como hubo grandes reconocidos y los no reconocidos, como que Sartre obligó al gobierno checo a reconocer a unos de los más grandes escritores del mundo, nacido en esa tierra, logró de aquellos personajes insignificantes que, como dijo alguien, la vida, por azar les puso en el andén y a la hora exacta por donde pasaría y, por un instante se estacionaria, el tranvía que, desolado marchaba veloz  hacia el cielo. Como el hombre que se ganó la lotería sin siquiera hacer el esfuerzo de pensar el número salidor y menos invertir nada en comprarlo, sino que lo halló tirado en el basurero donde solía pernoctar, normalmente en compañía de otros que esa noche, por azar, no habían llegado o estaban impedidos para hacerlo.  

         De estos últimos es Juan Guaidò.

          Por lo que es y como se asomó a la política en plan de líder salido de la nada y vacío, no deja de asombrar. Llegó allí, después de hacer campaña política en condiciones peores que lo que fue Juan Peña o “El niño del diente roto” de Pedro Emilio Coll, pues a este siquiera lo midieron por su manía de jorungarse el diente roto, con lo que daba la sensación que pensaba en demasía y en cosas grandes. Guaidò no hizo política con gestos que pudieran hacer creer era inteligente, ni siquiera audaz y arriesgado; más bien lo mal juzgaron al ponerle a enseñar las nalgas en demostración que le valoraban como un tipo vulgar, de mal gusto y poco inteligente. O mejor dicho, sus jefes, que no son muy buenos y menos hondos en eso de pensar, le usaron en una tarea propia para personas muy mal calificadas, muy por debajo de ellos y eso es demasiado decir.

          Pero el tipo, a fuerza de empujones, dados a él por otros, quedó, por un instante, justo donde paró el vagón y al frente suyo, la única puerta de entrada al mismo, que cerró tan pronto como él entró empujado por una fuerza extraña. Juan Peña pasó años jorungándose el diente y dando la sensación de pensar sin nunca decir ni esta boca es mía, pero eso le llevó tiempo, Guaidò no tuvo necesidad de eso, todo en él ocurrió de manera contingente.

         EEUU tuvo que lidiar con él. Era eso, sólo eso, lo que las fuerzas dementes que hacían oposición al gobierno al estilo y ritmo que imponía, le habían dejado para “escoger”. Cuando pasó su vagón a recoger la “encomienda”, era lo único que allí había.

         Por todo lo acontecido, que sólo basta con decir que fue un arrume de errores, desechos y basura, tuvieron que lidiar con él al frente, siendo el más inepto de todos, llegaron a la estación donde ahora se encuentra el vagón. Pues estacionado está. No es aquel que llegó veloz a recoger la encomienda y por la misma partió. No. Está parado y no por avería alguna, si no meditando què hacer con aquella carga  estorbosa.

        Mandaron, como era por demás previsible, a defenestrarlo. Todo el plan que él supuestamente encabezaba, pese nada tiene en la cabeza, pues llegó allí por accidente, se vino al suelo. Fue un mal plan y además al frente del mismo estaba uno llegado allí por puro azar y hasta sin arriesgar nada en la jugada, ni un quintico de billete tuvo que pagar.

        El gobierno de Venezuela, es lo que siempre hemos creído y juzgado cuando leemos o escuchamos a tanta gente reclamando el por qué no le detienen,  se ha hecho el loco y le ha dado cuerda a más no poder, porque le sabe a nada y es como una carnada pegada de un anzuelo para intentar pescar algo grande. Es el intento de hacer de la nada una cosa grandota y valiosa. Un jugar una carta, pieza o ficha sin valor para atrapar una grande, como exponer un peón para agarrar por lo menos un alfil o trancar la cochina. Por algo Guaidò no está en el exterior, como aquellos de la República Española en el exilio, de los tiempos de Franco. Fuera están individuos como López, Borges y hasta Rafael Ramírez, quienes estando aquí pudieran ser detenidos, por quienes Estados Unidos no tendría los elementos supuestamente legales, como el de ser diputados “en ejercicio” y hasta “presidente interino” hasta que allá en el norte decidan.

            Pero la AN, esa que por orden del gobierno de Biden, razones de prudencia, por creer que Guaidò se excedió en el mal manejo de los recursos o no llevó la contabilidad como lo demandan las reglas y hasta por convencimiento que ese plan fracasó y mejor marcha el de dialogar directamente con el gobierno, pese se haga creer que las cosas vienen de la misma manera que antes, lo que uno escucha decir a muchos más deseosos que las cosas “se arreglen” de acuerdo a sus conveniencias, decidió liquidarlo. Puso fin a la presidencia interina, lo que el gobierno de Biden “aceptó” de buena gana, pues “es una libre iniciativa de Marquina y compañía” y eso para el gobierno de Estados Unidos es cosa sagrada; me refiero a las decisiones soberanas de los gobiernos nuestros y nombró un triunvirato, tres damas en el exilio, uno no sabe por qué, para manejar los recursos bloqueados en el extranjero que antes estaban a disposición de Guaidò. El gobierno, el poder legislativo, la fiscalía y posiblemente el TSJ, no he sabido que este organismo se haya pronunciado, le cayeron a las tres mujeres en cayapa. Ya pidieron orden de aprehensión contra ellas, nota roja, de la misma manera que lo han hecho con tantos, quienes en donde están se gozan una y parte de otra. Pero a Guaidò, que está aquí, no le tocan. Pese ya no es presidente interino y menos diputado porque la AN de la cual formó parte se murió en el 2020.

           Todo es un juego, una trama. Como está visto y probado, a esas señoras que de paso todavía no han tomado posesión de los recursos que manejaban Guaidò y sus jefes inmediatos, nadie les va a poner presas. Porque donde están nadie lo hará y como se dice en el lenguaje coloquial, para acá, por ahora, no vendrían, “ni pendejas que fueran”. Pero a quienes las nombraron, que muchos de ellos aquí están, como lo está Guaidò, nadie les toca ni con el pétalo de una rosa. Es más, una parte de la oposición, esa que quería que Guaidò siguiera en lo que estaba, pues razones les sobran, acusan a quienes a éste defenestraron y nombraron a aquellas señoras, como nuevos alacranes o aliados del gobierno.

          Simplemente, pese abunden quienes eso no creen, el gobierno de Biden, por mecanismos todavía en la sombra, dialoga de frente con el gobierno en búsqueda de acuerdos, lo que de hecho malo no es, más bien es bueno, quizás podamos desenrollar muchos entuertos, pero la historia no es como la cuentan. Pues hay interés que, tirios y troyanos, crean la narrativa que los suyos les ofrecen. Guaidò sigue siendo pequeño, una pieza por lo que no vale la pena arriesgar nada; es decir tampoco es la “cochina”.

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